Siendo muy difícil apreciar donde termina el arte y principia la ciencia, si la inclinación de mi sobrino Fernando lo decide a aprender algún arte u oficio yo lo celebraría, pues abundan entre nosotros médicos y abogados, pero nos faltan buenos mecánicos y agricultores que son los que el país necesita para adelantar en prosperidad y bienestar. Simon Bolívar; Lima, 1825
viernes, 12 de febrero de 2010
O SEA, QUE NO FUNCIONÓ EN CUBA....
Siempre se nos ha dicho que Cuba es la meca de la educación. A mi me parecía esto sospechoso, porque no había visto ninguna teoria cubana en educación que marcara pauta en latinoamérica. Pero en Venezuela si han salido estudios valiosísimos en educación. Tanto que han sido exitosos en México y paradójicamente no fueron aplicados en nuestro país.
Tomo como referencia, lo que la bloggera cubana Yoani Sánchez comenta en su blog sobre la educación es ese "mar de la felicidad".
Con su permiso voy a reproducir lo que dijo para que los que de alguna manera estamos inmersos en la educación, comparen y juzguen, lo que está pasando actualmente en nuestro país, a propósito de las misiones educacionales.
Profesores Emergentes y Formación Instantánea
La reunión fue sobria y asistieron a ella varios representantes de la sede municipal del Ministerio de Educación. Un murmullo se extendía entre los padres sentados en las mismas sillas plásticas que en las mañanas usan sus hijos. Cercanos a la fecha en que se anuncian las plazas para continuar estudios en la enseñanza media superior, parecía que en aquel encuentro nos dirían el número de preuniversitarios o tecnológicos asignados a la sede escolar. La noticia del fin de los “profesores generales integrales” nos tomó entonces de sorpresa, pues habíamos llegado a creer que la existencia de ellos se prolongaría hasta la pubertad de nuestros bisnietos.
Formar adolescentes –en cursos acelerados- para impartir clases que iban desde gramática hasta matemáticas demostró ser un categórico fracaso. No por el elemento de la juventud, que siempre es bienvenido en cualquier profesión, sino por la celeridad de su instrucción en el magisterio y el poco interés que muchos de ellos tenían por tan noble actividad. Ante el éxodo de profesionales de la educación a otros sectores con ganancias más atractivas, surgió el programa de maestros emergentes y con él la ya maltrecha calidad de la educación cubana rodó por los suelos. Los niños llegaban a casa diciendo que en 1895 Cuba había vivido “una guerra civil” y que las figuras geométricas tenían algo llamado “voldes” que los padres traducíamos como “bordes”. Recuerdo especialmente a uno de estos educadores instantáneos que confesó a sus alumnos el primer día de clases “estudien mucho para que no les pase lo mismo que a mí, que terminé siendo maestro por no haber sacado buenas notas”.
Encima de eso, llegaron las tele-clases a ocupar un porciento elevadísimo del horario escolar, desde la frialdad de una pantalla con la que no se puede interactuar. La idea era calzar, con estas asignaturas trasmitidas por televisión, la poca preparación de quienes estaban frente de los estudiantes. El teleprofesor sustituyó en muchas escuelas al de carne y hueso, mientras los salarios del personal docente aumentaron simbólicamente para no superar nunca el equivalente a 30 dólares mensuales. Enseñar pasó a ser más que un sacerdocio, un sacrificio. De ahí que, delante del pizarrón, aparecieron personas que no dominaban la ortografía, ni la historia de su propio país. Eran jóvenes que firmaban un compromiso para ser maestros, del cual estaban ya arrepentidos después de la primera semana de trabajo. Los incidentes y deformaciones educativas que este procedimiento trajo consigo están escritos en el libro oculto de los fallidos planes revolucionarios y de los ridículos anuncios productivos que nunca se cumplieron. Sólo que, en este caso, no estamos hablando de toneladas de azúcar ni de quintales de frijoles, sino de la formación de nuestros hijos.
Respiro aliviada de que el largo experimento de la educación emergente haya terminado. Sin embargo, no avizoro el día en que todas esas personas con preparación para enseñar dejen el timón del taxi, la barra del bar o el tedio de trabajar en casa para retornar a las aulas. Al menos me sentiría más tranquila si en lugar de la pantalla de un televisor, Teo pudiera recibir todas sus clases de un maestro corpóreo y que domine el contenido. Creo que para eso tendremos que esperar por los bisnietos.
¿A qué se parece esto?
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- Fernando J. Rivas
- Ingeniero Mecánico. Magister en Mantenimiento Industrial y Licenciado en Comunicación Social. Mención Desarrollo Social. Profesor Universitario de Pre y Post grado en Ingeniería
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