La
ingeniería está concebida para transformar la naturaleza y adaptarla al ser
humano para que su vida sea cada vez de mejor calidad. Esa transformación requiere de quien
la ejerce, un compromiso no solo con él mismo, sino también con la conservación
esencial de esa naturaleza y con los otros seres humanos que lo rodean.
El ingeniero, al ejercer su profesión, debe
estar consciente que su manera de actuar en cualquier ámbito no puede desligarse de su condición de
hombre o mujer y por ende establecer un equilibrio entre lo técnico y lo humano.
Es
aquí donde el ejercicio ético de la profesión juega un rol fundamental. La ética permite al ser humano establecer
comparaciones entre lo que está bien y lo que no, de acuerdo a ciertos
parámetros de comparación. El ingeniero, como todo profesional universitario,
siempre estará frente a la toma de decisiones ante un problema propio de su
profesión. Y esa decisión debe ser
abordada tomando en cuenta lo estrictamente técnico, pero no por ello
ignorar las repercusiones que afecten a la condición humana y a la naturaleza
que lo rodea.
La
ética no es una materia que se aprende en la educación formal del ingeniero,
ésta viene impregnada en su condición humana y tamizada por sus experiencias de
vida. Y de acuerdo a esa experiencia vital, el ingeniero la enriquece con sus estudios y se hace de
comportamientos que van a marcar el ejercicio ético de la profesión.
De
aquí surge la importancia de que, aunado a los estudios formales de la ingeniería
en la universidad, éstos sean complementados con actividades que refuercen el
comportamiento ético de los estudiantes y futuros ingenieros.
Los
estudiantes de ingeniería deben estar conscientes de que el objetivo de su
profesión no es sólo obtener riquezas y posiciones sociales sino que también
comporta un servicio social reflejado en los beneficios que su actuar le
proporciona a los demás seres humanos que circunstancialmente interactúan con
él y al ambiente que lo rodea.