La
humanidad ha sido testigo de la inmensa capacidad destructiva que puede ser la
ingeniería cuando se usa con fines de guerra. Desde que el hombre se vio en la
necesidad de defenderse de las amenazas de su entorno, puso su ingenio a
trabajar en elementos que hicieran las veces de sus extremidades con el fin de
ser cada vez más dañino y así neutralizar a sus enemigos naturales.
Aunque
suena lógico ese actuar del hombre cuando se trata de su supervivencia ya que
sin estas acciones la humanidad no hubiese llegado al nivel de progreso que
actualmente ostenta; este comportamiento
humano no deja de ser objeto de mejores objetivos.
Esto
ha quedado demostrado cuando se estudia la vida de grandes científicos de la
antigüedad, padres de la ingeniería moderna, cuyos descubrimientos e inventos
fueron destinados para garantizar la paz y la libertad.
Entre
estos primeros personajes estuvo Leonardo Da Vinci, a quién varios autores
estudiosos de la historia de la humanidad, le han dado el título de Ingeniero
Militar, ideó armas que serían usadas durante muchos años, como el tanque
blindado, la ametralladora, el misil dirigido y el submarino. Sin embargo, nada
de lo que Da Vinci diseñó fue utilizado en su vida para hacerle daño a alguien.
Era un hombre de paz para el cual la guerra era una “Locura Furiosa” y el
derramamiento de sangre “infinitamente atroz”. Sus instrumentos de guerra
fueron diseñados para preservar el don más precioso de la naturaleza, la libertad.
Parecen
contradictorios los pensamientos de Leonardo Da Vinci, pero estos deben ser los pensamientos que deben
regir en toda actuación y aplicación de los conocimientos de ingeniería.
La ingeniería
debe ser empleada para propiciar la paz y la libertad del ser humano, nunca
para su destrucción. Debe ser dirigida a mejorar sus condiciones de vida y
preservar la naturaleza que lo rodea.
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