Mis estudios de ingeniería no  permitían fijar mi atención en lo que 
sucedía en los medios de comunicación, salvo en ocasiones en las cuales 
tenía lugar un suceso que me obligara a reparar en lo que estaba 
pasando. Y uno de estos sucesos, recuerdo, fue cuando un iracundo 
presidente de nuestro país se devolvió ante las cámaras de televisión y 
volteando bruscamente a un periodista le dijo: “A mi no me J… tu”.
Este
 causó estupefacción  o al menos así me pareció, en la opinión pública, 
en el sentido de que no se podía entender cómo un Presidente venezolano,
 se dirigiera  de esta manera hacia un periodista y más aún, ante un 
medio de comunicación audiovisual.
Traigo a colación esta 
reflexión porque, hoy en día, ejerciendo el oficio de periodista me ha 
tocado todo lo contrario: estar pendiente casi a diario de lo que pasa 
en todos los medios de comunicación, tanto escritos como audio visuales,
 como debe ser. Y reparo en el hecho de que, los venezolanos parece que 
nos acostumbramos a que el actual presidente haya hecho del lenguaje 
procaz y escatológico, como dicen los eruditos en esta materia, la regla
 y no la excepción, y que la opinión pública permanece adormecida y no 
reacciona ante este tipo de intervención del presidente en los medios de
 comunicación social.
Sin embargo, lo que llamó la atención esta 
semana es que el presidente, al referirse a la Comisión Interamericana 
de los Derechos Humanos, no usó la clase de palabras a que nos tiene 
acostumbrados, al contrario, se hizo de una anacrónica y con poco 
contenido venenoso: “cipote”.
Y me pregunto, ¿Cuándo cambió 
nuestra manera de percibir los valores a través de los medios de 
comunicación?. ¿Será que nos está sucediendo lo que a la ranita del 
cuento, que no se da cuenta de que el agua en la que está inmersa se 
está poniendo caliente y no se atreve a dar el salto fuera de la olla, 
para no morir sancochada?
A mi manera de ver, parece que los 
venezolanos estamos dentro de un caldo rojo que se esta calentando poco a
 poco y no nos estamos dando cuenta que vamos camino a morir sancochados
 en él si no damos el salto definitivo.
Como la ranita, pienso que
 es necesario que demos ese salto, si no queremos que los cadáveres de 
nuestros valores pronto floten a la deriva dentro de ese hirviente caldo
 rojo.
Siendo muy difícil apreciar donde termina el arte y principia la ciencia, si la inclinación de mi sobrino Fernando lo decide a aprender algún arte u oficio yo lo celebraría, pues abundan entre nosotros médicos y abogados, pero nos faltan buenos mecánicos y agricultores que son los que el país necesita para adelantar en prosperidad y bienestar. Simon Bolívar; Lima, 1825
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- Fernando J. Rivas
 - Ingeniero Mecánico. Magister en Mantenimiento Industrial y Licenciado en Comunicación Social. Mención Desarrollo Social. Profesor Universitario de Pre y Post grado en Ingeniería
 
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