Mis estudios de ingeniería no permitían fijar mi atención en lo que
sucedía en los medios de comunicación, salvo en ocasiones en las cuales
tenía lugar un suceso que me obligara a reparar en lo que estaba
pasando. Y uno de estos sucesos, recuerdo, fue cuando un iracundo
presidente de nuestro país se devolvió ante las cámaras de televisión y
volteando bruscamente a un periodista le dijo: “A mi no me J… tu”.
Este
causó estupefacción o al menos así me pareció, en la opinión pública,
en el sentido de que no se podía entender cómo un Presidente venezolano,
se dirigiera de esta manera hacia un periodista y más aún, ante un
medio de comunicación audiovisual.
Traigo a colación esta
reflexión porque, hoy en día, ejerciendo el oficio de periodista me ha
tocado todo lo contrario: estar pendiente casi a diario de lo que pasa
en todos los medios de comunicación, tanto escritos como audio visuales,
como debe ser. Y reparo en el hecho de que, los venezolanos parece que
nos acostumbramos a que el actual presidente haya hecho del lenguaje
procaz y escatológico, como dicen los eruditos en esta materia, la regla
y no la excepción, y que la opinión pública permanece adormecida y no
reacciona ante este tipo de intervención del presidente en los medios de
comunicación social.
Sin embargo, lo que llamó la atención esta
semana es que el presidente, al referirse a la Comisión Interamericana
de los Derechos Humanos, no usó la clase de palabras a que nos tiene
acostumbrados, al contrario, se hizo de una anacrónica y con poco
contenido venenoso: “cipote”.
Y me pregunto, ¿Cuándo cambió
nuestra manera de percibir los valores a través de los medios de
comunicación?. ¿Será que nos está sucediendo lo que a la ranita del
cuento, que no se da cuenta de que el agua en la que está inmersa se
está poniendo caliente y no se atreve a dar el salto fuera de la olla,
para no morir sancochada?
A mi manera de ver, parece que los
venezolanos estamos dentro de un caldo rojo que se esta calentando poco a
poco y no nos estamos dando cuenta que vamos camino a morir sancochados
en él si no damos el salto definitivo.
Como la ranita, pienso que
es necesario que demos ese salto, si no queremos que los cadáveres de
nuestros valores pronto floten a la deriva dentro de ese hirviente caldo
rojo.
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