Esta excelente canción interpretada por Ricardo Montaner, hace aflorar los sentimientos de resignación cuando un ser querido trasciende al universo eterno.
Lo coloco aqui, como un homenaje a la memoria de mi Madre Silvia Pastora, como un tributo a su amor incondicional, que siempre me acompañará hasta el final de mis días.
No es posible explicar el inmenso vacío que deja una madre en sus hijos cuando parte hacia la eternidad. Ese amor incondicional que proviene de ella no se vuelve a sentir. Podemos contar con el amor de hermanos, amigos y amantes; pero el amor materno es único en la vida.
Cuando una madre no está físicamente con nosotros, una parte de nuestra existencia también desaparece y solo queda la esperanza de recuperarla cuando Dios disponga unirnos otra vez, como lo prometen las escrituras.
Se abre una herida, y no sana completamente por más que el tiempo pase amortiguando el dolor de la pérdida.
La madre que supo ser tal, también deja hermosos recuerdos en sus hijos y que se proyectan hacia todas las personas que compartieron y admiraron su maternal dedicación.
Sus pasos a través de la vida no pasan desapercibidos porque Dios sabe recompensar a la gente buena, y una mujer, por el sólo hecho de ser madre, se gana el amor del altísimo. Y de allí surge esa entrega incondicional a sus hijos, que perdura, da seguridad y ganas de vivir, con la certeza de que esa madre estará siempre presente en el camino para protegernos de las vicisitudes.
Aún cuando esa madre no está físicamente, su espíritu sigue con nosotros, como un sutil bálsamo que ayuda a aprender a vivir sin su presencia y hace más llevadera esa parte vacía de la realidad.
Por eso, debemos consolarnos y alegrarnos porque las madres son eternas y que por más que el destino crea que nos la arrebata con su partida, sólo es una transición espiritual que las convierte en esa suave brisa refrescante que nos acompañará hasta que volvamos a acunarnos otra vez en su regazo.
A mi madre, hoy 19 de Septiembre de 2010, a seis años de su transición.
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