lunes, 31 de mayo de 2010

ME GUSTÓ ESTO SOBRE LOS PERIODISTAS...VERDADES QUE DUELEN

Para los colegas
Mayo 31, 2010
El poeta y escritor español, Carlos Marzal es el autor de “Periodistas, la profesión de este sector” una reivindicación jocosa del oficio
Reproducimos integramente el artículo:

En uno de los volúmenes de sus memorias, el escritor húngaro Sándor Marai, que trabajó durante años como reportero, como columnista en los diarios, traza la mejor definición del periodismo que he leído nunca. El periodismo, dice, es una condición nerviosa.

Seguro que no se trata sólo de eso, pero consiste ene so esencialmente: un temperamento, una actitud ante el presente, una disposición del carácter con respecto a los hechos del mundo.

Los periodistas son individuos que no se pueden estar quietos. Que no saben estarlo, que no quieren estarlo. Culos de mal asiento por destino, por vocación. Han soñado con eso, han leído sobre eso, han estudiado para eso: Para no parar.

El título que mejor los define es el de aquel libro de Bruce Chatwin: Anatomía de la inquietud. Ellos son más inquietud que anatomía (porque los huesos pesan, y con hueso se viaja más despacio), pertenecen al gremio de los ajetreados, delos infatigables. Los curiosos y preguntones por antonomasia, los hipertensos, con más pulsaciones por minuto que el resto de los mortales.

Si uno tiene amigos periodistas,sabe que puede pedirles muchas cosas, salvo la puntualidad. El cierre del periódico, la noticia de última hora, los problemas de maquinación son como los niños pequeños:la razón y la excusa para llegar siempre tarde al restaurante, a la copa del bar.

Hay que tener paciencia con ellos. No hay que pedirles demasiada concentración en las charlas sin rumbo que se establecen durante las reuniones de amigos, porque ellos suelen permanecer ausentes, abstraídos en su nube, que está hecha de problemas de maquetación, de la noticia de última hora, del cierre del periódico: sus criaturas permanentes, las niñas de sus ojos.

Por lo común -y con toda la razón-, rezongan sobre su propia vida a poco que uno les deje. Sus quejas tienen fundamento: trabajan demasiado, por demasiado poco. Y aunque a menudo tienen el poder momentáneo de su tribuna, el poder, que es una mala novia, sólo los quiere, sucesivamente, durante los momentos en que puede servirse de ellos.

Las empresas que los contratan, maquinarias engrasadas de ganar dinero, los exprimen.

Tienen mala reputación entre los intelectuales (esa casta que suele contar con casi todo el tiempo del mundo para opinar y escribir).

Por si todo ello fuera poco, ahora -como siempre ha sucedido, pero todavía más-, en muchos lugares del mundo los persiguen, los amenazan, los encarcelan, los tirotean, los asesinan.

A cambio de todo eso, ellos nos ofrecen el milagro diario de los periódicos, que constituyen un mundo dentro del mundo, un casi inabarcable cúmulo de información, opiniones, análisis y entretenimiento.

Nos ofrecen algo imprescindible:un efímera, pero sólida, mirada sobre lo efímero. Por eso algunos, con orgullo, celebramos la existencia de esas anomalías temperamentales llamadas periodistas