lunes, 26 de abril de 2010

Y SE QUEDÓ SIN LA AUYAMA Y LOS PLÁTANOS















Carmen es una señora que vive en cualquier zona de cualquier ciudad de Venezuela. Esta mañana se levantó temprano pensando, como todos los días, en lo que va a preparar para el almuerzo.
Revisa su cartera y rebuscando por todos sus recovecos logra reunir 30 BsF, producto de los pocos ingresos que últimamente ha tenido y que han quedado como resabiados y sobrevivido al alargamiento casi heroico de su quincena, que hace poco menos que cinco días recibió.
Con sus treinta en mano, piensa en lo que va a comprar para darle respuesta a la fastidiosa pregunta diaria de ¿qué voy a hacer para el almuerzo? Y alimentar a su familia de cinco miembros.
Realiza una lista; un cuarto kilo de auyama, un cuarto kilo de cebolla, un cuarto kilo de tomates - ¿en cuánto estará hoy?-; unos plátanos para hacer tajadas, un cuarto kilo de ocumo. Hasta allí, porque “si me queda algo de plata compro unas empanadas para desayunar” piensa.
Por si acaso, Carmen, antes de dirigirse al vendedor ambulante de verduras, pasa por el telecajero para ver si puede retirar algo de plata y tener un dinero extra para comprar otras cosas que necesite. Llega al telecajero, introduce su tarjeta y ve con decepción, que no le queda “ni medio” en su cuenta nómina: ¿En qué he gastado la plata?...le recrimina su conciencia.
Resignada a comprar con los rebuscados 30 bolívares, se dirige al puesto ambulante de verduras y enumerando la lista, le va diciendo al encargado del puesto que vaya pesando lo que le va pidiendo.
Una a una de sus verduras van meciéndose en el plato del peso colgado en un lugar del tarantín: y el señor va colocándolas en la bolsa respectiva. Una vez que culminó su lista Carmen le pregunta: ¿Cuánto es todo esto?. Saca la cuenta y luego de una serie de murmuros inaudibles le dice: “ son 40 BsF”.











Con la cara desfigurada por el impacto que le causó la cifra y la vergüenza de darse cuenta de que sólo carga 30 BsF, y luego de un rato de reflexión, Carmen le dice al encargado que tiene que sacar de la lista unas cosas para que le “Alcance la plata”
Con resignación Carmen ve que el señor saca de los envoltorios la auyama y los plátanos, con lo que la cuenta bajó exactamente 10 BsF.
Finalmente entrega los 30 BsF y recibe a cambio los ingredientes del almuerzo que va a tener que modificar porque no cuenta ya con la auyama y los plátanos.
Pensativa Carmen camina hacia su casa, preguntándose en qué momento todo subió, y qué le ha pasado a su salario que ya no alcanza para al menos un almuerzo decente diario durante la quincena.
Pasa por un puesto de periódicos y logra leer en los principales titulares de la prensa, que no puede comprar por cierto, que la crisis está superada para el país, según voceros del gobierno. Y como si le estuviera hablando al que escribió el titular dice “será que los del gobierno no hacen mercado”. Pero sus pensamientos la devuelven hacia la elaboración del almuerzo, que tendrá que modificar porque se quedó sin la Auyama y sin los plátanos

miércoles, 14 de abril de 2010

¿A que hora pasa el tren de las seis?

Parece una pregunta necia. Pero si vivimos en un país como Venezuela, no es extraño que sea muy común este tipo de expresión.

Los venezolanos nos hemos acostumbrado a la impuntualidad.Parece ser un comportamiento cultural, hasta el punto de que es muy común programar una reunión una media hora antes “porque lo mas seguro es que todos lleguen media hora retardados”, y así podemos comenzar la reunión puntualmente.

Asi es como vemos que los horarios de trabajo se “flexibilizan” no colocándole la inasistencia al empleado hasta que no se cumplan los primeros quince minutos, a partir del cual, el diligente controlador de recursos humanos, quien llegó diez minutos tarde, coloca en la casilla correspondiente el sello de “INASISTENTE”.

Y esta impuntualidad no sólo se refleja en la asistencia a todos los compromisos que adquieren los venezolanos; este fenómeno se transmite a los tiempos de entrega de compromisos y tareas.

Esto provoca que muchos proyectos se vean retrasados en su fecha de entrega porque las personas involucradas tienen como costumbre tomarse una holgura para realizar sus labores individuales, y entre holgura y holgura se consume una gran cantidad de tiempo que “justifican” la entrega tarde de dicho proyecto (si es que se entrega).

Si nos ponemos a cuantificar todas las pérdidas, no solo de recursos temporales, sino también materiales, podemos constatar con estupor, la inmensa pérdida de productividad en nuestro trabajo individual, lo que se traduce, seguramente, en una pérdida, nada pequeña para el país.
Existen sin embargo, excepciones a esta regla. Muchos venezolanos correctos, si observan una extraordinaria disciplina en sus quehaceres. Gracias a los cuales, el aparato productivo de nuestro país se mantiene, a duras penas, en movimiento. Sin embargo no son suficientes esos esfuerzos. Se necesita del concurso de todos los habitantes de nuestro país.

Venezuela en un país con inmensas riquezas, pero desafortunadamente con muchos venezolanos pobres. No porque no tienen dinero, que también hay muchos; sino porque una inmensa cantidad de ellos son impuntuales no solo en el cumplimiento de sus deberes sino también en la adquisición de hábitos propios, que deliberadamente, los conduzcan a una prosperidad que seguramente obtendrían si por una vez en sus vidas llegasen temprano a su cita con el crecimiento de Venezuela.